El atascarnos a la hora de tomar decisiones o solucionar problemas es una de las cuestiones más frecuentes que nos encontramos en la #consulta y da igual la edad, por mayores que seamos, si no hemos aprendido cómo hacerlo o no toleramos la posibilidad de fallar, de forma natural muchas veces no sale, así que nos podemos encontrar hombres y mujeres hechos y derechos bloqueados incluso en decisiones del día a día, con la sensación permanente de que dudan por todo y eso genera malestar. Aunque sin duda la etapa de la eterna duda (valga la redundancia) es la adolescencia, con mis chavales es algo que trabajo de forma muy habitual durante la #terapia.
Nos resulta tan pesado muchas veces que optamos por pasarle la decisión al vecino, mi marido o la tutora del colegio o lo posponemos hasta momentos tan angustiosos como cuando el camarero llega y te dice, ¿ya saben qué pedir? Y sí, queridos lectores, la que suscribe es la peor de todas y sin duda, uno de mis mayores talones de Aquiles. Es tan así que soy feliz en los restaurantes de carta pequeña y «metre recomendador», ¡qué felicidad!, luego me ca** en todo cuando la sugerencia no es de mi agrado, pero claro, veremos que es una de las consecuencias de pasarle a otro el mochuelo de la decisión, te la juegas.
Así que, como «usuaria» de este problema y psicóloga, os voy a contar primero por qué nos ocurre tantas veces y con tanta intensidad en algunas ocasiones, hasta rozando el absurdo como hemos visto, porque creo que todo cambio propuesto hay que contextualizarlo y argumentarlo bien para favorecer la motivación al mismo.
El origen de la dificultad para tomar decisiones se basa en varias ideas bloqueantes:
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- Miedo al fracaso, al error y a sufrir las consecuencias del mismo.
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- Miedo a que me juzguen por la decisión tomada.
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- Resistirme a la renuncia, me quiero quedar con todo. Renunciar me frustra.
Si os dais cuenta, están basadas, como casi todo, en emociones, en este caso predominan el miedo y la frustración. Y también, cómo no, muchos problemas que podemos encontrar en la vida adulta se originan en la infancia y son asuntos no resueltos o destrezas no adquiridas y la toma de decisiones es una de ellas. Voy a explicarlo.
De niñ@s lo habitual es que las decisiones las tomen por nosotros los adultos que nos rodean, padres y profesores. A medida que vamos creciendo, la proporción debe ir invirtiéndose, cada vez decido y pienso más por mí mismo. Si esta inversión no se ha terminado de dar adecuadamente (sobreprotección o lo contrario, no darle al niñ@ referencias claras sobre cómo afrontar las cosas), lo que ocurre es que cada vez nos vamos sintiendo más inseguros e incapaces (posponemos tomarlas o se las asignamos a otros) porque el número de decisiones que debemos tomar va aumentando y también aumenta su relevancia.
Por otro lado, el siguiente obstáculo para la toma de decisiones es el miedo, y la frustración que anticipamos, al fracaso. Me encuentro en consulta muchos adolescentes escondidos bajo una fachada de vagos y desmotivados cuando en realidad lo que hay es miedo a enfrentarse a la posibilidad de errar y ser por ello juzgados (así que mejor no lo intento, es que soy un vago, prefiero esa etiqueta que la de fracasado).
A esto le sumamos otras veces la frustración que genera la renuncia. En niños pequeños el ejemplo se ve muy fácil: “hijo, los dos juguetes no te los puedo comprar, tienes que elegir uno” = rabieta al canto. Esta emoción es intensa y desagradable y si de niñ@s nos hemos salido demasiado con la nuestra, arrastraremos el problema a la edad adulta y seguiremos evitando o incluso pataleando a la hora de soltar algo para quedarme con solo una cosa.
Y, ahora viene lo más gracioso, no tomo la decisión por todo lo que hemos visto hasta ahora, se la encasqueto al que tengo al lado y tachaaaan, me enfado con él o ella si el resultado no es el que espero, si es que los seres humanos somos unos campeon@s.
Dicho todo esto, y volviendo a ponernos formales, creo que a nivel de recomendaciones para trabajar sobre ello, están los pasos a seguir para elaborar una adecuada toma de decisiones (os adjunto gráfica), sin embargo, como terapeuta recomendaría antes identificar las emociones que
me están bloqueando y trabajar sobre ellas poniendo en marcha estrategias de afrontamiento, vamos, en cristiano, salir de las excusas de la evitación y entrenar el posicionarme empezando por cosas tan sencillas del día a día: “¿dónde comemos?”, evitar el “me da igual”, el “elige tú”. Abandonar el piloto automático que nos lleva a que los demás decidan por mi y dejar de buscar comprobación constante a la hora de decidir.
Para terminar, un detalle importante, acordaros que éste como todo proceso de cambio lleva su tiempo, así que os animo a que seáis conscientes para poder hacerlo y perseverantes para consolidarlo. Y, si realmente sentís que no podéis lograrlo sol@s o no sabéis o podéis ayudar a vuestro hij@ a lograrlo, no tengáis reparo en acudir a un profesional que os ayude.
¡Feliz semana!
Ana S. Preysler
Directora de Equidae Psicología
Psicóloga Col. Nº M-23895