Culpa, responsabilidad y victimización
Entender la diferencia entre culparse, responsabilizarse y sentirse una víctima es clave para avanzar, tanto en la vida como en terapia.

La culpa es una emoción extraña. A veces, es una brújula moral que nos susurra al oído: «oye, por aquí no, es necesario reparar un daño». Nos ayuda a convivir y a ser mejores. Pero otras veces, esa brújula se estropea y se convierte en una voz que no calla, un juez y verdugo que nos repite una y otra vez que somos el problema. Es en ese momento cuando la culpa deja de ser una guía para transformarse en una carga que puede frenar en seco cualquier proceso de crecimiento personal.

Entender la diferencia entre culparse, responsabilizarse y sentirse una víctima es clave para avanzar, tanto en la vida como en terapia.

El callejón sin salida: cuando la culpa es un obstáculo

Cuando la culpa se enquista, se convierte en un castigo que nos imponemos a nosotros mismos. Nos sumergimos en un bucle de autorreproche, creyendo que machacarnos es la única forma de pagar por el error cometido. Pero esta autoflagelación no solo no repara nada, sino que nos paraliza. Ya lo decía Séneca hace siglos: «Quien se siente culpable se convierte en su propio verdugo». Y es una tortura constante que nos impide tomar las riendas.

En terapia, vemos cómo esta dinámica adopta principalmente dos formas.

Por un lado, está la creencia de que «todo es mi culpa». La persona asume una responsabilidad desproporcionada por todo lo malo que ocurre a su alrededor, hasta el punto de convertir la culpa en parte de su identidad. Se ve a sí misma como la causa de su propio sufrimiento y del de los demás. Lo paradójico es que, al aferrarse a ese rol de culpable, en realidad está evitando la verdadera responsabilidad: la de cuidarse, poner límites o buscar activamente soluciones para cambiar lo que le daña.

La otra cara de la moneda es el «nada es mi culpa». En este caso, la persona se siente como un mero espectador de su vida, una marioneta a la que «le pasan cosas». La raíz de su malestar siempre está fuera: en los demás, en el destino, en la mala suerte. Al no percibirse como un agente activo en su propia historia, se instala en el papel de víctima indefensa del mundo. Como apunta el escritor Borja Vilaseca, el victimismo es a menudo un escudo «para no hacer lo más doloroso, que es mirar hacia dentro y conectar con el dolor de nuestras heridas».

La responsabilidad: el poder de elegir tu respuesta

Frente a la culpa que mira al pasado y al victimismo que nos ancla en la queja, emerge la responsabilidad. Y es importante entender esto bien: responsabilidad no es sinónimo de culpa. La culpa se enfoca en lo que ya pasó y no se puede cambiar. La responsabilidad, en cambio, mira al presente y al futuro; es reconocer tu libertad y tu capacidad para elegir cómo respondes a lo que te sucede.

Nadie lo ha expresado con más claridad que Edith Eger, psicóloga y superviviente de Auschwitz. Para ella, ser responsable es aceptar el poder que tenemos de responder ante cualquier situación. Desde su experiencia en un campo de concentración, donde parecía haber perdido toda libertad, tomó la decisión más profunda: «Podía elegir qué hacer: tirarme a la alambrada o continuar».

Esa elección, por mínima que parezca, es el núcleo de la responsabilidad.

El espacio terapéutico es, precisamente, el lugar para desandar este camino. Es el sitio seguro para validar lo que nos ha pasado, sentir el dolor, y aceptar que hay cosas del pasado que ya no podemos cambiar. Y es justo esa aceptación la que, paradójicamente, nos devuelve el poder. Nos permite elegir, desde este preciso instante, qué vamos a hacer con ello.

Se trata de un proceso, a veces difícil, para dejar de ser rehenes de nuestro pasado y empezar a ser los arquitectos de nuestro futuro. Y cada pequeño paso en esa dirección es una conquista hacia el bienestar.

Sergio Gómez-Casero de la Vega
Psicólogo General Sanitario
M-40217
Equidae Psicología

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