Conforme al manual Acompañar las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia (2019, pp. 9-17):
Actualmente los tres elementos diferenciadores para categorizar una emoción traumática son los siguientes:
- La persona experimenta un evento de elevada intensidad estresante con percepción subjetiva de peligro inminente y/o riesgo vital.
- Ese estrés supera la capacidad de respuesta conductual adaptativa.
- La persona desarrolla una respuesta de supervivencia de alto impacto y profundamente condicionante en su vida cotidiana.
Las cuatro causas que se dan para que la situación estresante se viva subjetivamente como una experiencia autobiográfica traumática serán:
- Por intensidad: la fuerza del evento supera al sujeto y resulta altamente perjudicial.
- Por desconocimiento: el hecho no se comprende y se produce una fuerte incapacidad de manejo cognitivo ante la irracionalidad o falta de lógica de la vivencia.
- Por peligro: el sujeto cae en la cuenta de que tanto su integridad física como emocional están amenazadas.
- Por falta de regulación: el sistema nervioso se descontrola y pierde la capacidad de gestionar la conducta adaptativa que más favorezca la homeostasis.
Todo ello genera un profundo sentimiento de inseguridad e indefensión que rápidamente se propaga como un virus a diversos aspectos de su vida. Con apremiante necesidad comienzan a asomar comportamientos y mecanismos de compensación en una lucha constante por volver a la homeostasis: mecanismos de autorregulación para mantener el equilibrio del organismo.
Para comprender cuán extensa y profunda es la experiencia de esta herida es necesario conocer las partes del cerebro implicadas de manera específica en el procesamiento del trauma:
- Hipocampo: es la estructura que ayuda a la consolidación de nuevos recuerdos. La evidencia científica muestra que el trauma genera una reducción de dicha estructura que se incrementa en la medida en que se agrava la situación traumática. Una de las funciones principales del aprendizaje es la creación de nuevos recuerdos, que viéndose afectada conforme a la descripción anterior sería causa de dificultades en dichos procesos de aprendizaje.
- Amígdala: forma parte del sistema límbico y su papel principal es el procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales. Además de sufrir una disminución de su tamaño a causa del trauma, hay también presencia de hiperactividad. Teniendo en cuenta la socialización con el grupo de iguales y la regulación emocional que forman parte del proceso de aprendizaje, es asumible el impacto negativo que el trauma genera también en esta área cerebral y que se traduce a conductas de irritabilidad, socialización escasa y conductas de evitación, entre otras.
- Eje hipotálamo-hipofisiario-adrenal: esta estructura juega un papel fundamental en la regulación de determinados ciclos corporales. Así, la región anterior del hipotálamo es la principal responsable de la secreción de hormonas y su región media controla el apetito y estimula las hormonas del crecimiento. Cuando el cerebro se encuentra afectado por el trauma se produce un incremento de las funciones del hipotálamo. Como consecuencia, es habitual que se desarrollen conductas de hipervigilancia, dificultades en la atención focalizada, en la autoregulación emocional y muy concretamente en la empatía y autoconciencia. Traduzca el lector al entorno de aprendizaje en el aula esta disfuncionalidad hipotalámica.
- Corteza cerebral: es la parte más extensa del cerebro, dividida en distintas capas. Aquí tienen lugar la percepción, imaginación, pensamiento, juicio y decisión, por lo que es crucial en la memoria, atención, percepción, cognición, conciencia, pensamiento y lenguaje. Se ha observado que cuando hay presencia de trauma en el cerebro se produce una disminución de la sustancia gris en la región prefrontal dorsolateral, el lóbulo parietal y el córtex cingulado. La correlación entre la disminución de la corteza cerebral y la gravedad del trauma es significativa (Zegarra-Valdivia & Chino-Vilca, 2019).
Por su parte, el neurocientífico Antonio Damasio (2022) defiende que toda emoción es un patrón de respuesta química y neural cuya función es contribuir al mantenimiento de la vida, generando conductas adaptativas de supervivencia. Ello se debe a que las estructuras neuroanatómicas dependientes de los procesos emocionales son las mismas que controlan y regulan los estados corporales básicos mediante la homeostasis. La diferencia entre emoción y sentimiento, según esta teoría, radica en que la emoción es una respuesta fisiológica del cerebro mientras que el sentimiento es una experiencia consciente de dicha emoción, de elaboración mental mucho más compleja y profunda. Significará tal afirmación que la emoción como reacción fisiológica y el sentimiento como pensamiento complejo y consciente se verán afectados por la presencia del trauma. Es ya sabido que tanto la toma de decisiones como cualquier proceso de aprendizaje se encuentran íntimamente relacionados por dichos procesos emocionales, lo que deriva en un claro condicionante -también- cuando nos situamos en entornos educativos.
Por esa forma interconectada que tiene nuestro cerebro de crear, procesar y regular emociones y sentimientos la afectación del trauma se extiende a todas las áreas involucradas en la arquitectura neuronal, afectando no sólo a estados anímicos determinados sino a todo proceso cognitivo y/o conductual subyacente. Así las cosas, el trauma se caracteriza porque deja una herida en el alma, que tiene un correlato fisiológico en el cerebro y, por tanto, en el cuerpo.
La evidencia científica muestra que los efectos neuropsicológicos derivados del trauma producen una hiperactivación en las zonas responsables del procesamiento de las emociones -áreas sensoriales primarias y amígdala- al tiempo que se da una hipoactivación en las áreas cerebrales implicadas en funciones cognitivas más complejas -córtex prefrontal- (Seijas Gómez, 2013). Dichos hallazgos reportan, además, que una de las funciones más afectadas es la memoria del propio evento traumático.
También se han observado implicaciones negativas en la atención sostenida focalizada y alternante. Ocurre, especialmente, cuando la información tiene un contenido emocional. Asimismo, hay afectación de la de la manipulación mental de la información, debido a la implicación de la memoria de trabajo, incluyéndose el desarrollo de actividades básicas de la vida diaria, produciendo graves dificultades adaptativas de la persona en su contexto (Seijas Gómez, 2013).
No hay parte del cerebro que quede libre de la impronta del trauma y no hay, por ende, parte del cuerpo que no haya sido impregnada de él. Como una mancha de petróleo en el océano, las consecuencias de la experiencia traumática se extienden y colonizan todo proceso de aprendizaje, memoria, apego, socialización, autoestima, cuidado de sí…condiciona la forma de relacionarse con el mundo y consigo.
En efecto, nuestro cuerpo es un espacio de presencia y existencia cuya extensión limitada podemos percibir a través de nuestros sentidos, conformado por un conjunto de elementos integrados y regidos por sus propias leyes, que dan lugar a ese ser viviente donde habita el yo.
Este cuerpo que somos es, a veces, perforado o desgarrado desde la psique, y es aquí donde diversas teorías neuropsicológicas se refieren a las heridas emocionales como aquellas que provocan una desconexión desadaptativa que incluye pérdida de control total o parcial de los actos, pensamientos y sentimientos (Echeburúa & Amor, 2019). Estas lesiones psíquicas originadas desde la niñez hasta la adolescencia repercuten significativamente en el desarrollo y tienen un impacto especialmente negativo en el establecimiento de los apegos durante la edad adulta (Cyrulnik, 2013).
Por la naturaleza del evento traumático y por la forma en que nuestro cerebro procesa las emociones y el pensamiento consciente (Morgado, 2012), las personas que han vivido este tipo de experiencias autobiográficas desarrollan, además, una larga lista de secuelas entre las que cabe destacar: trastornos de la conducta alimentaria, conductas autolíticas y suicidas, baja autoestima, ansiedad, depresión, aislamiento social, letargo emocional o incapacidad de sentir, abuso de sustancias tóxicas, fracaso escolar, etc. (Dimsdale et al., 2010).
En la imposibilidad de despojarse de sí ni de volver a la forma original, la persona se convierte en una desconocida para sí misma y para el mundo. La subjetivación de su experiencia es un constante interrogante sin respuestas, un silencio ignorante y negligente, una suerte de caos que tortura y arremete contra los restos del naufragio nuevamente, dejando completamente sola -y herida- a esa criatura que lucha por sobrevivir.
Poco a poco se va haciendo consciente el sentimiento de ser una carcasa, un cuerpo vacío, un mero espectador de la vida que continúa inmutable para el resto de personas. Poco a poco se cae en la cuenta de que la herida no es sólo el acontecimiento traumático que se ha experimentado sino la profunda soledad que lo acompaña después.
Es aquí, en el punto de convergencia entre trauma y nacimiento, donde hay una oportunidad, una luz, una responsabilidad educativa y un amor pedagógico posibles. Es aquí, por tanto, donde podemos proponer el acompañamiento emocional terapéutico desde la conceptualización griega del término therapeia: cuidar, atender, aliviar y educar.