Anteriormente explicamos que el sistema dopaminérgico se activa ante aquellas conductas encaminadas a seguir vivos y a perpetuarnos como especie. Existen cuatro grandes recompensas naturales: comer, beber, movernos y reproducirnos. Sin embargo, el sistema de recompensa no solamente se activa ante comportamientos básicos para nuestra especie, sino que funciona también al realizar otras acciones que nos hacen sentir bien y benefician al resto. Esto, en términos de supervivencia de la especie, puede ser muy beneficioso, sin embargo tenga el lector en cuenta que también es aquí es donde empiezan a entrar los estímulos externos como las pantallas o las redes sociales, en tanto que se trata de estímulos que están específicamente diseñados para generar sensación de placer; es decir, para activar nuestro sistema dopaminérgico, pese a que no tienen nada que ver con las cuatro grandes recompensas naturales que, recordemos, eran comer, beber, movernos y reproducirnos.
¿Cómo está formado el sistema dopaminérgico?
Para que podamos entender cuánta implicación tiene el proceso neuronal de la adicción: a diferencia de otras actividades, por ejemplo el habla o el pensamiento lógico, el sistema de recompensa no está centralizado en solo una zona del cerebro, recuerde el lector que en la entrada anterior aclarábamos que el cerebro funciona como un sistema. En el sistema dopaminérgico se dan cinco áreas implicadas con una función clara:
- Amígdala: regula emociones
- Núcleo Accumbens: controla la liberación de dopamina
- Área tegmental ventral de Tsai: libera la dopamina
- Cerebelo: controla las funciones musculares
- Glándula Pituitaria: libera beta endorfinas y oxitocina, responsables del alivio del dolor, emociones como el amor y los lazos positivos, entre otras cosas.
Las zonas del cerebro mencionadas funcionan como un circuito que capta la acción y genera sensación de placer, mediante un proceso que ocurre a gran velocidad. El sistema de recompensa no sólo responde con placer o sensación de bienestar ante una acción, sino que también es el responsable de que aprendamos un comportamiento para luego repetirlo, asociándolo a la sensación agradable, punto clave cuando hablamos de educación y de aprendizaje.
Pensemos ahora, por ejemplo, en el caso concreto de las pantallas y de las redes sociales:
si cada vez que un niño utiliza un dispositivo móvil o una red social está activando su sistema de recompensa, lo que está aprendiendo realmente es a querer seguir utilizando dicho dispositivo. Tengamos en cuenta que si se trata de un niño de unos 6, 7, 8 o 10 años, su cerebro no ha madurado la parte encargada del control de impulsos, de la planificación y la organización y de ver las consecuencias de mis acciones, por lo que la activación del sistema de recompensa es mucho más perjudicial porque lo que está aprendiendo el cerebro del niño es a ser adicto.
Por tanto, en este sentido, las pantallas actúan en el cerebro de los niños igual que actuaría una droga. Las pantallas y las redes sociales, cuando son utilizadas por niños, actúan de una forma muy similar a estas sustancias químicas porque activan el mismo mecanismo de recompensa, alterando zonas importantes del cerebro que son necesarias para funciones vitales, es decir, pueden impulsar el consumo compulsivo propio de la adicción.
Las áreas del cerebro afectadas por la adicción a las pantallas y las funciones de las que se encargan son:
- Ganglios basales, que cumplen una función importante en las formas positivas de algo tan importante como la motivación -incluidos los efectos placenteros de actividades saludables como comer- y participan en la formación de hábitos y rutinas. Estas zonas constituyen un nódulo clave en el circuito de recompensa del cerebro. En la infancia, el
uso continuado de pantallas genera hiperactividad en este circuito, y esto produce la euforia que sienten los niños al utilizarlas. El problema aparece cuando el uso de las pantallas se repite, porque el circuito de recompensa se adapta y disminuye su sensibilidad, lo que hace que al niño, o al adolescente, le resulte difícil sentir placer con algo que no sea dicho estímulo; por eso cada vez con mayor frecuencia encontramos a tantos menores que no sienten placer en el mundo real o en actividades cotidianas del día a día.
- La amígdala extendida, que cumple una función en las sensaciones estresantes como la ansiedad, la irritabilidad y la inquietud, características muy claras de la abstinencia una vez que el estímulo adictivo desaparece del sistema y motivan al menor a volver a utilizarlo. A medida que aumenta el uso de las pantallas, este circuito se vuelve cada vez más sensible. Con el tiempo, un menor con adicción a las pantallas, no las utiliza ya para lograr un estado de euforia, sino simplemente para aliviar temporalmente ese malestar.
- La corteza prefrontal, encargada de dirigir la capacidad de pensar, planificar, resolver problemas, tomar decisiones y controlar los propios impulsos. Esta es también la última parte del cerebro en alcanzar la madurez, lo que hace que la infancia sea la más vulnerable cuando queda expuesta al uso de pantallas. Los cambios en el equilibrio entre la corteza prefrontal, los circuitos de los ganglios basales y los de la amígdala extendida hacen que un menor que sufre de una adicción a las pantallas busque su uso de forma compulsiva y tenga menos control de sus impulsos que una persona adulta con esta parte del cerebro ya madura.
¿De qué forma producen placer las pantallas como para que un cerebro infantil las perciba de forma tan similar a una droga?
Lo primero que necesitamos saber es que una pantalla tiene sonido y movimiento, tiene luz y tiene un movimiento asociado, el scrolling: gesto de deslizar el dedo. Estos tres elementos son el paquete perfecto para que en el cerebro de un menor se active el mecanismo de recompensa y que ese niño quiera estar constantemente utilizando cualquier dispositivo que contenga estos tres elementos.
El placer o la euforia incluye oleadas de compuestos químicos que envían señales, entre ellos los opioides naturales de nuestro organismo, que son las llamadas endorfinas, y otros neurotransmisores en las áreas del cerebro que hemos visto que están implicadas en el sistema de recompensa. Al utilizar de forma continuada las pantallas, tienden a generar en el cerebro de los menores oleadas de estos neurotransmisores mucho más grandes que las ráfagas que se producen naturalmente en conexión con recompensas sanas, y que son más pequeñas, como por ejemplo las de comer, o escuchar música, o emprender actividades creativas o interactuar socialmente.
Hasta hace un tiempo se pensó, en la comunidad científica, que las oleadas del neurotransmisor dopamina que producen las drogas era la causa directa de la euforia, pero los científicos ahora consideran que es la dopamina la que tiene más que ver con hacernos repetir las actividades placenteras, es decir con reforzar la conducta, que con la producción directa del placer. Por lo que, para nuestro cerebro, los estímulos externos que hiperactivan este sistema de recompensa actúan de forma muy muy similar a como lo hace la droga porque estarían reforzando nuestro comportamiento para que repitamos una acción y consigamos esa sensación placentera.
¿De qué manera refuerza la dopamina el uso de pantallas en la infancia?
La sensación de placer es la forma en que un cerebro sano identifica y refuerza conductas beneficiosas como comer, socializar, etc. Nuestro cerebro está cableado para aumentar las probabilidades de que repitamos las actividades que nos resultan placenteras, porque recuerde el lector que esto garantiza nuestra supervivencia y la supervivencia de nuestra especie, que son las dos leyes fundamentales por las que se rige nuestra especie y que activan nuestro sistema de recompensa.
Dentro de todo este proceso, el neurotransmisor dopamina es un componente esencial. Cada vez que el circuito de recompensa se activa a raíz de una experiencia sana y placentera, una ráfaga de dopamina envía la señal de que está sucediendo algo importante y que es necesario recordarlo. Esta señal crea cambios en la conectividad de nuestras neuronas que hacen que nos resulte más fácil repetir la actividad una y otra vez sin pensar en ello, y esto nos lleva a la formación de hábitos. Cuando un menor tiene acceso ilimitado a las pantallas esa oleada de dopamina que va a recibir su cerebro refuerza constantemente que lo que quiera el niño sea coger el teléfono o la tablet otra vez, y otra vez, y otra vez. Así es como se genera la adicción. En la próxima entrada finalizaremos el tema de la infancia y la adicción a las pantallas con algunas recomendaciones asumibles tanto en el entorno escolar como familiar, a fin de prevenir y paliar los efectos nocivos de su uso continuado.