Son muchos lo que piensan que es lo mismo pero dista mucho de la realidad.

En numerosas ocasiones la vida te pone a prueba, a veces con un negrísimo sentido del humor, ¿que no sería más fácil dosificar las desgracias?, ¿por qué tienen que agolparse a veces?, pues lo que digo, un pésimo sentido del humor…

Una profesora muy querida del máster de Psico-oncología de la UCM nos contaba que cuando sus pacientes se lamentaban en voz alta: “Y por qué a mi”, ella les decía: “las cosas muchas veces no son ni como deberían ser, ni como nos gustaría que fuesen, simplemente son como son”. Y en este punto tan exacto, el camino se bifurca y nos invita a elegir entre 3 opciones:

  • Camino A: me estanco en el pataleo, la frustración, en el “por qué yo”.
  • Camino B: me RESIGNO. Reconozco y valoro mi situación pero desde la pasividad, desde la más pura indefensión y el victimismo.
  • Camino C: ACEPTO mi situación.

Las opciones A y B, para los que decidáis libremente elegirlas, nos aportan una ración extra de malestar, al malestar ya evidente del “marrón” con el que nos está tocando lidiar.

El camino A está perfecto inicialmente y en dosis moderadas, todos estamos en nuestro derecho de sentirnos mal y enfadarnos ante los avatares de la vida pero si este camino se alarga demasiado esta opción no ayuda, por el contrario nos estanca, no nos permite pensar con claridad y buscar soluciones.

El camino B muchas veces suele elegirse después del A, me compadezco de mi mismo/a, sintiéndome víctima de la situación y no haciendo nada al respecto.

En oncología siempre rechazamos la frase: “ya no hay nada que hacer” cuando se refieren al tratamiento de un paciente y la rechazamos porque no es cierto y además está cargada de resignación.

Cuando parece que “ya no hay nada que hacer”, aunque la noticia sea la que es y no es modificable: un diagnóstico, una decisión que no depende de nosotros, una ruptura por parte de la otra persona… incluso en cada una de esas situaciones HAY ALGO QUE SE PUEDE HACER.

¿Hacia dónde nos conduce la aceptación?

La aceptación nos encamina a tolerar una situación desde el abandono de la lucha desgastante de una batalla ya perdida. Nos anima a ver que se puede convivir con una situación desagradable sin que eso cause un malestar exagerado, ya que ese extra de malestar lo provoca nuestra propia lucha en contra de la realidad que nos está tocando vivir.

La aceptación además nos invita a la acción, nos ayuda a dirigir nuestra atención hacia otras áreas de nuestra vida que estén bien o a emprender la búsqueda de nuevas vías de felicidad o de paz que compensen el mal trago.

Por ello os animo a que os deis el permiso inicial del pataleo, del enfado, de la angustia, del miedo, en definitiva de la emoción que surja para después pasar a desarrollar un plan de acción: “vale, ojalá esto no estuviera pasando pero la realidad es que sí, ¿qué puedo hacer al respecto?, ¿qué parte puedo cambiar, quitar o poner?”

Alcanzar la aceptación de una situación vital no es tarea fácil pero tampoco es un imposible por dura que ésta sea. Requiere concentración para cambiar el foco atencional, creatividad para buscar alternativas, perseverancia porque nos volverán las ganas de pelear contra ella y decir: “esto no está pasando” y tiempo para demostrarnos que al final todo se coloca en su sitio y nosotros con nuestra proactividad hacia la aceptación logramos que este proceso natural se de mucho antes y con menos sufrimiento.

Feliz semana.

Ana Preysler

Psicóloga colegiada M-23895

Especialista en clínica Infanto-Juvenil

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