A menudo, los animales con los que convivimos son considerados como un miembro más de la familia y reciben toda la atención y cuidados que ello implica. Del mismo modo, el vínculo afectivo que establecemos estos miembros de la familia -multiespecie- es profundo y muy rico. Nuestro cerebro no elabora una categorización de especies y construye el apego entorno a esas categorías, sino que sentimos lo que sentimos por la química de la que estamos compuestos. Esta química es la misma cuando nuestro cariño es hacia un animal. Esto significa que las personas que desarrollen un vínculo profundo hacia sus mascotas sentirán el mismo amor hacia ellas que hacia otros seres humanos. En el momento de la pérdida, también sentirán el mismo dolor.
En el caso de los niños ocurre también que el vínculo afectivo que establecen con sus animales es muy estrecho y cuando se produce una pérdida el dolor que sienten está a la altura de ese amor.
Es por ello que uno de los temas interesantes para abordar en Educación -dentro o fuera del aula- es el del duelo de las mascotas, ya que es muy habitual encontrar en nuestro día a día a niños de todas las edades que conviven con sus animales.
Generalmente hablamos de la importancia que tiene la educación emocional en el aula y de la relevancia para el desarrollo humano en su condición adulta, sin embargo, hablar del duelo suele ser un tema tabú en las sociedades occidentales.
Desde los entornos educativos podemos crear espacios de comunicación segura en los que nuestros niños y niñas puedan expresar su dolor, los sentimientos encontrados, la impotencia, el enfado…Espacios en los que los educadores podamos acompañar esos momentos de duelo, entre otros, compartiendo con otros niños y niñas. Esto nos permite crear comunidades que se apoyan, que se comunican, que comparten, que profundizan en la empatía, en el acompañamiento, y en otros rasgos que construyen una personalidad afectivamente sana para que, desde la infancia, los niños puedan aprender que hay momentos dolor y que, en esos momentos, no estarán solos.
Poder hablar del duelo con naturalidad y saber que hay personas adultas de confianza que nos van a acompañar en nuestra tristeza no solamente da seguridad y construye una autoestima fuerte sino que da a los niños la posibilidad de aprender, desde pequeños, cómo actuar con otras personas que están sufriendo. Esta sensibilidad pedagógica, acuñada por el autor Max van Manen, es el pilar de una educación para la resiliencia y la empatía; valores que hoy son más necesarios que nunca.