En mi trabajo como Psico-oncóloga es muy habitual que me lleguen pacientes a consulta que se encuentran en fase de remisión, sin tratamiento activo, curados, ya socialmente ubicados en la categoría de supervivientes.

El entorno de estas personas, sus familiares, sus parejas, incluso ellas y ellos mismos se extrañan y se muestran confundidos, me hacen preguntas del tipo: “con lo bien que he llevado la enfermedad, ¿por qué me encuentro tan mal ahora?”, “¿por qué ahora siento más miedo y más angustia que antes?”, “con lo fuerte que he sido durante la enfermedad y ahora siento que no puedo, ¡no lo entiendo!, debería estar agradecida y en cambio estoy aquí quejándome”, muchos traen sentimientos de desconcierto pero también de culpa porque después de que la vida les regalase una segunda oportunidad, sienten que no es justo sentirse así.

Este pensamiento de injusticia es sin duda una idea irracional porque en realidad es muy normal que se sientan así, os lo voy a explicar.

En primer lugar os voy a contar como funciona nuestra mente y nuestro cuerpo ante un hecho vital estresante que además pone en juego nuestra supervivencia como es un diagnóstico de cáncer. Aunque existen diferentes estilos de afrontamiento, generalmente el instinto de supervivencia es el que se lanza a intentar todo lo posible, ponerse en manos de los mejores profesionales, pruebas, tratamientos, toda una vorágine de decisiones y acciones que se suman a la necesidad de reorganizar sus vidas: reorganizar agendas familiares, laborales y personales, de repente todo cambia y hay que reajustar.

Mientras nuestro cuerpo y nuestra mente tratan de sobrevivir, están al 100% para tratarse y cuidarse físicamente, vamos de alguna manera acumulando necesidades emocionales que durante el tratamiento muchas veces no atendemos, yo lo suelo explicar como si fuera una asignatura pendiente que te ha quedado para septiembre, hay que recuperarla.

¿Y por qué a veces no vamos atendiendo estas necesidades emocionales al tiempo que nos tratamos médicamente?

Puede ser por muchos motivos pero generalmente existe un denominador común y es la falta de consciencia, no darnos cuenta de que el corazón y la mente también sufren y necesitan atenciones. Que las emociones negativas: el miedo, la rabia, la frustración, la tristeza, la incertidumbre, se van acumulando si no las canalizamos de forma adecuada.

Entonces qué pasa, que cuando me dan el alta y me voy a casa, estos estados emocionales de forma súbita reclaman su espacio y su atención y, ¿cómo lo hacen?, en forma de malestar emocional para que nos demos cuenta, igual que la fiebre es un indicativo de infección.

Esto que os he contado es uno de los motivos que justifican el malestar emocional en la remisión pero no es el único.

Ser superviviente de cáncer no es tarea fácil ya que se colocan en una casilla de salida que es algo parecido al limbo, ni el mundo de los sanos, ni en el mundo de los enfermos y eso no es tarea fácil. De repente se encuentran con que deben retomar sus vidas, sus responsabilidades y además, la sociedad espera que lo hagas con bastante celeridad porque claro, ya estás curado, así que hala, a volver al trabajo, a llevar a los niños al cole, a las clases de spinning y a atender a los amigos y piensas: “no puedo” y la gente te dice, “¿cómo que no?”, «si estás curada, ya no te pasa nada” y tu sigues pensando: “ay madre, peor me lo pones, porque tienes razón, tendría que poder, estoy curado y además, tendría que dejar de quejarme y ser agradecido con la vida, me siento culpable…”

No señores, no nos confundamos, volver a la vida no es para nada una tarea fácil, salimos de la enfermedad vivos pero vapuleados, como si volviéramos de la guerra, con cicatrices físicas muchas veces pero también con cicatrices emocionales y con cansancio crónico en otras ocasiones o con miedos e inseguridades, “¿rendiré igual en el trabajo?”.

Además existe otra realidad, que no es más que eso, la realidad, ni bueno ni malo, pero la gente que ha estado apoyándonos intensamente, poco a poco y a medida que nos ven curados, van volviendo a sus asuntos y mientras durante unos meses han estado en una burbuja de cuidados y atenciones (de los médicos, enfermeros, familiares, amigos), ahora toca enfrentarse al mundo real, donde toda esa gente sigue estando pero naturalmente no con la misma intensidad y nos hace sentir vulnerables.

La buena noticia es que todo esto que os cuento tiene solución, solo necesitan y necesitáis lo primero tomar consciencia de ello, reconocernos ese malestar emocional, esas emociones que nos frenan en nuestro proceso de reajuste después de la enfermedad. Una vez identificadas, el siguiente paso es ponerles remedio dependiendo de qué área o áreas estén afectando, ¿es la laboral?, entonces puede que sea mejor idea hacer una reincorporación paulatina que pretender da el 100% desde el primer día. ¿Es familiar?, pues puede que sea buena idea pedir ayuda, delegar un poquito más aunque no estuviéramos habituados a hacerlo.

Creo que darse cuenta, pedir ayuda y dejarnos ayudar es sin duda mi mejor consejo, ya sea a un amigo, a vuestra pareja o a un profesional si el malestar es muy grande.

No deseo robaros más tiempo, espero que mis palabras hayan servido para despertar la conciencia sobre las dificultades también existentes en la nueva etapa que es la supervivencia.

Muchas gracias.

Ana S. Preysler

Psico-oncóloga

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