- El monstruo en la sombra
Existen heridas físicas, sabrá el lector cuáles -un corte, una quemadura, un golpe, una fractura ósea. Pero, ¿qué ocurre cuando la herida que se padece no se ve en el cuerpo ni a través de él y, sin embargo, se manifiesta en él? ¿Dónde están esas heridas que se intuyen y se sienten pero que no se pueden ubicar? ¿Hasta dónde se extiende y cuán profundo es el acontecimiento traumático? Y, cuando todo ha pasado ya, ¿qué hacemos con el monstruo que se esconde en la sombra?
Dice Catherine Malabou (2018) que el trauma –accidente, como ella lo llama-, “provoca la aparición de un nuevo personaje que irrumpe tomando el lugar del anterior y obligando así a la persona a una improvisación existencial absoluta que procede de un profundo corte en su biografía” (p. 11). El cuerpo que era ya no es y cualquier atisbo del antiguo yo que albergue ese cuerpo tampoco volverá a existir. No es, por tanto, la necesidad de recuperar ese antiguo ser lo que se busca, sino reconciliar con la realidad a la nueva criatura, conocerla y abrazarla. Encontrar la narrativa y poner carne en las palabras: volver a ser palabras encarnadas. Aceptar, como se afirma en Vida precaria, que se va a cambiar a causa del trauma, probablemente en un viaje sin retorno -como el que emprende Frodo al salir de La Comarca-, y elaborar el duelo necesario para ese cambio (Butler, 2006).
Una realidad silenciosa pero imperante emerge en la actual pedagogía de las emociones con la invitación de asumir la responsabilidad que nos involucra, como agentes catalizadores de la transformación educativa, en los procesos que van más allá de lo curricular, de lo clínico o de lo social y que, sin embargo, son atravesados por ella. El trauma, la herida invisible, es una guadaña que cada vez con mayor frecuencia encontramos en el contexto socioeducativo de nuestro tiempo y que somete, doblega y amputa nuestro templo de presencia y lugar de existencia.
Jana Kingsford (2016) explica que “el equilibrio no es algo que se encuentra, sino algo que se crea” (p. 89). Si pensar en la herida es pensar un dolor que transforma el ser, ¿tendrá el quehacer pedagógico alguna posibilidad de asistencia en el alumbramiento de la nueva criatura?
- ¿Qué soy cuando no soy?
En efecto, nuestro cuerpo es un espacio de presencia y existencia cuya extensión limitada podemos percibir a través de nuestros sentidos, conformado por un conjunto de elementos integrados y regidos por sus propias leyes, que dan lugar a ese ser viviente donde habita el yo.
Este cuerpo que somos es, a veces, perforado o desgarrado desde la psique, y es aquí donde diversas teorías neuropsicológicas se refieren a las heridas emocionales como aquellas que provocan una desconexión desadaptativa que incluye pérdida de control total o parcial de los actos, pensamientos y sentimientos (Echeburúa & Amor, 2019). Estas lesiones psíquicas originadas desde la niñez hasta la adolescencia repercuten significativamente en el desarrollo y tienen un impacto especialmente negativo en el establecimiento de los apegos durante la edad adulta (Cyrulnik, 2013). Así lo especifica Lise Bourbeau al hablar de las cinco heridas de la infancia -rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia- y la significativa correlación que establecen con el desarrollo de apegos erráticos en la edad adulta -evitativo, ansioso, ambivalente y desorganizado- (Bourbeau, 2021).
Por la naturaleza del evento traumático y por la forma en que nuestro cerebro procesa las emociones y el pensamiento consciente (Morgado, 2012), las personas que han vivido este tipo de experiencias autobiográficas desarrollan, además de estas cinco heridas y sus trastornos de apego asociados, una larga lista de secuelas entre las que cabe destacar: trastornos de la conducta alimentaria, conductas autolíticas y suicidas, baja autoestima, ansiedad, depresión, aislamiento social, letargo emocional o incapacidad de sentir, abuso de sustancias tóxicas, fracaso escolar, etc. (Dimsdale et al., 2010)
En la imposibilidad de despojarse de sí ni de apelar a la resiliencia como instrumento para volver a la forma original, la persona se convierte en una desconocida para sí misma y para el mundo. La subjetivación de su experiencia es un constante interrogante sin respuestas, un silencio ignorante y negligente, una suerte de caos que tortura y arremete contra los restos del naufragio nuevamente, dejando completamente sola -y herida- a esa criatura que lucha por sobrevivir.
Poco a poco se va haciendo consciente el sentimiento de ser una carcasa, un cuerpo vacío, un mero espectador de la vida que continúa inmutable para el resto de personas. Poco a poco se cae en la cuenta de que la herida no es sólo el acontecimiento traumático que se ha experimentado sino la profunda soledad que lo acompaña después.
Es aquí, en el punto de convergencia entre trauma y nacimiento, donde hay una oportunidad, una luz, una responsabilidad educativa y un amor pedagógico posibles. Es aquí, por tanto, donde podemos proponer el acompañamiento emocional terapéutico desde la conceptualización griega del término therapeia: cuidar, atender, aliviar y educar.
- Psicobiología de las experiencias que nos marcan
Para comprender cuán extensa y profunda es la experiencia del acontecimiento traumático es necesario conocer las partes del cerebro implicadas en las emociones: sistema límbico, amígdala, hipocampo, corteza prefrontal, corteza orbitofrontal y hemisferios cerebrales. Dichas estructuras se encargan, además, de diversas tareas como el aprendizaje, la atención, la memoria o la creación de recuerdos entre muchas otras. Esto supone que por esa forma interconectada que tiene nuestro cerebro de crear, procesar y regular emociones y sentimientos la afectación del trauma se extienda a todas las áreas involucradas en esta arquitectura neuronal, afectando no sólo a estados anímicos determinados sino a todo proceso cognitivo subyacente.
Por su parte, el neurocientífico Antonio Damasio defiende que toda emoción es un patrón de respuesta química y neural cuya función es contribuir al mantenimiento de la vida, generando conductas adaptativas de supervivencia. Ello se debe a que las estructuras neuroanatómicas dependientes de los procesos emocionales son las mismas que controlan y regulan los estados corporales básicos mediante la homeostasis -mecanismos de autorregulación para mantener el equilibrio del organismo. La diferencia entre emoción y sentimiento, según esta teoría, radica en que la emoción es una respuesta fisiológica del cerebro mientras que el sentimiento es una experiencia consciente de dicha emoción, de elaboración mental mucho más compleja y profunda. (2022)
Conforme al manual Acompañar las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia (2019) actualmente los tres elementos diferenciadores para categorizar una emoción traumática son los siguientes:
- La persona experimenta un evento de elevada intensidad estresante con percepción subjetiva de peligro inminente y/o riesgo vital.
- Ese estrés supera la capacidad de respuesta conductual adaptativa.
- La persona desarrolla una respuesta de supervivencia de alto impacto y profundamente condicionante en su vida cotidiana.
Las cuatro causas que se dan para que la situación estresante se viva subjetivamente como una experiencia autobiográfica traumática serán:
- Por intensidad: la fuerza del evento supera al sujeto y resulta altamente perjudicial.
- Por desconocimiento: el hecho no se comprende y se produce una fuerte incapacidad de manejo cognitivo ante la irracionalidad o falta de lógica de la vivencia.
- Por peligro: el sujeto cae en la cuenta de que tanto su integridad física como emocional están amenazadas.
- Por falta de regulación: el sistema nervioso se descontrola y pierde la capacidad de gestionar la conducta adaptativa que más favorezca la homeostasis.
Todo ello genera un profundo sentimiento de inseguridad e indefensión que rápidamente se propaga como un virus a diversos aspectos de su vida. Con apremiante necesidad comienzan a asomar comportamientos y mecanismos de compensación en una lucha constante por volver a la homeostasis descrita con anterioridad.
Así las cosas, el trauma se caracteriza porque deja una “herida en el alma”, que tiene un correlato fisiológico en el cerebro y, por tanto, en el cuerpo. Para profundizar en este aspecto debemos referirnos a la teoría del cerebro triuno, que defiende la existencia de tres cerebros dentro del mismo sistema: el cerebro humano, donde se encuentran las capacidades cognitivas y el procesamiento de información más compleja, representado por la cabeza; el cerebro mamífero, donde localizamos la inteligencia emocional y social así como el desarrollo de los apegos, representado por el corazón; y el cerebro reptiliano, que tiene que ver con la inteligencia somato-sensorial y se encarga de la supervivencia, representado por “las tripas” (Castellanos, 2022).
No hay parte del cerebro que quede libre de la impronta del trauma y no hay, por ende, parte del cuerpo que no haya sido impregnada de él. Como una mancha de petróleo en el océano, las consecuencias de la experiencia traumática se extienden y colonizan todo proceso de aprendizaje, memoria, apego, socialización, autoestima, cuidado de sí (epimeleia eautou)…condiciona la forma de relacionarse con el mundo y consigo.
- Educar desde la herida: una pedagogía del cuerpo habitado
La realidad descrita podría -quizá debería- ser contemplada y reflexionada a los ojos de la pedagogía: ¿se puede educar desde la herida? Observe el lector que no se propone educar la herida sino desde ella. El resultado final de esta perspectiva tiene que ver con acompañar los procesos de transformación a partir del trauma desechando toda pretensión de tratar a la persona como víctima o como enferma.
El presente texto ofrece una visión del cuerpo como instrumento pedagógico de metamorfosis. Para que así ocurra, es necesaria la creación de una comunidad de personas que se emancipan de su dolor construyendo los cimientos de su nuevo ser en la relación educativa de un pacto responsable de mutuo acompañamiento emocional. Ello implica una mirada compasiva que asuma fluctuaciones en el proceso transformativo y descarte posiciones jerárquicas y rígidas.
He aquí algunos interrogantes: ¿qué lugar ocupa la educación en general y la pedagogía en particular en las heridas del alma? ¿cuál es el sentido de la comunidad educativa en el marco del trauma? En última instancia: ¿cómo se educa a una persona herida?
BIBLIOGRAFÍA
Bourbeau, L. (2021). Las cinco heridas que impiden ser uno mismo (3rd ed.). Ob Stare.
Butler, J. (2006). Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Paidós.
Castellanos, N. (2022). Neurociencia del cuerpo: cómo el organismo esculpe el cerebro. Kairos.
Cyrulnik, B. (2013). Sálvate, la vida te espera. Debate.
Damasio, A. (2022). El error de Descartes. Destino.
Echeburúa, E., & Amor, P. J. (2019). Memoria traumática: estrategias de afrontamiento adaptativas e inadaptativas. Terapia Psicológica, 37(1), 71–80.
Dimsdale, J. E., Xin, Y., Kleinman, A., Patel, V., Narrow, W. E., Sirovatka, P. J., & Regler, D. A. (2010). DSM-V (Perfeccionamiento de la Agenda de Investigación). Manifestaciones somáticas de los trastornos mentales. Elsevier-Masson.
Kingsford, J. (2016). Unjuggled: balance is not something you find, it’s something you create. Amazon Kindle Direct Publishing.
Malabou, C. (2018). Ontología del accidente. Ensayo sobre la plasticidad destructiva. Editorial Pólvora.
Morgado, I. (2012). Cómo percibimos el mundo: una exploración de la mente y los sentidos. Ariel.
Romeo Biedma, F. J., & Espirales Consultoría de Infancia. (2019). Manual Aldeas Infantiles: acompañar las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia (pp. 30–58). Aldeas Infantiles SOS América Latina y El Caribe.